Por Marta Irene Maidana D.N.I. 4.422.236
LUNES, 28 DE ENERO DE 2013
En homenaje a Jacinta Fernández de Conde
Olgado
Durante muchos años me quedó grabada una imagen, una visión,
que permaneció en mi mente durante más de cuarenta y tanto años, en el
cementerio de Margarita Belén, ya casi borrosa. Una joven madre, rodeada de
cinco niños, de no más de cinco o seis años; entre ellos, un bebé.
Era 2 de Noviembre y estaba frente a la tumba de su marido.
Hacía un mes se había ido, mientras soplaba con fuerzas el Norte. Los niños
corrían a su alrededor, felices, como si nada ocurriera. Era noticia en el
pueblo; una más, entre tantas.
Quise saber, e indagando entre los vecinos y lugareños supe
que su nombre era Jacinta Fernández. Había nacido cuando todavía el Chaco era
fulgor verde. Desde su nacimiento había vivido en la localidad; una, entre once
hermanos. En las tareas cotidianas, junto a su familia, se confundía en el
paisaje blanco de los algodonales y era el canto de los pájaros una de sus
melodías preferidas.
En atardecer de ese infinito cubierto de verde y blanco lo
vio. Era el hijo de Lucía Mircovich y Manuel Conde Holgado. Su alma de niña
adolescente, se atrevió a soñar, las musas se hicieron presente. Era el
príncipe de sus cuentos infantiles, aparentemente inalcanzable, vestido con un
traje azul mediterráneo, su pelo color oro, alto, sonriente, con una mirada
cálida y transparente: un Adonis. Cuan ráfaga tibia y placentera, pasó por su
lado y, distraídamente, con sus manos rudas y fuerte acarició su cabello. La
vio como lo que era: una niña.
El suave aroma de su perfume, como un recuerdo perenne quedó
impregnado en su memoria; indiscutiblemente, su fragancia preferida. En sus
fantasías adquirió el rostro del protagonista principal, se atrevió a soñar; y
tiempo después, con ya quince años, nuevamente, se volvieron a encontrar. Pero
esta vez llamó su atención, y poco después se encontraba visitando su casa, y a
los meses el sueño se hizo realidad, se casaba con Manuel Benito Conde Olgado.
Ella, casi, dieciséis; el, veintiséis años.
Arrendaron el campo de su suegra, colaboraba con su marido
de sol a sol. Recién empezaban y no había mucho para pagar peones. El segundo
año la tierra había dado buenos frutos, el algodón tuvo buen precio y recibió
muy bien a su primer hijo.
Además, tenían algo de ganadería, a la que él le dedicaba un
tiempo mientras ella realizaba las tareas del hogar. El trabajo del campo es
duro, requiere sacrificios; pero para los que aman la naturaleza, el laboreo de
la tierra, todo es más fácil. El futuro se presentaba con buenas expectativas.
Aunque la frágil salud de él algún sobresalto les daba. Debían trabajar mucho y
fuerte para más adelante instalarse en la ciudad, donde sus hijos tendrían
posibilidad de educarse mejor.
Fue así como llegaron al séptimo año, con mucho trabajo,
mucho amor y cinco hijos. Habían decidido que además de algodón, hortalizas,
maníes, sembrarían tabaco; y por eso, comenzaron la construcción de una estufa
para el secado del nuevo cultivo. No pudieron usarlo, porque ese año sus
problemas de salud se agudizaron. Se produjo un punto de inflexión en este
devenir del tiempo, de un día para otro todo cambió. Hubo un antes y un
después.
Fue una hermosa historia para que durara para siempre.
Estuvo a su lado muy poco; tan solo siete años, el número bíblico de Dios; y
tanto tiempo por delante, rodeada de un mundo de Conde Olgado para hacerla
recordar. Una madre tan joven decían, no tendría más de veintitrés años, sola
frente a la vida. ¡Qué sería de esos niños!, algunos pensaban “serán
desparramados”; seguramente, los ubicarán rápido, son hermosos, se los ve tan
saludables, sus pelos al viento reflejaban distintos contrastes frente a un sol
que comenzaba a perderse en el horizonte. Sentí congoja, a veces la vida es tan
difícil, inexplicable, se presenta árida, el futuro incierto, cambiante.
Es en las situaciones límites donde se ve el coraje y la
fuerza de las personas, donde sale a relucir el verdadero espíritu, aparece la
templanza de carácter; y sobre todo las convicciones para lograr las metas que
nos proponemos. Esa mamá ¿lo tendría? Después de un rato frente a la tumba, la
mujer salió con sus hijos y tomó un ómnibus a Resistencia. Miré hasta que se
perdió en la lejanía.
Durante varías décadas nada supe, pareciera que se perdieron
en las neblinas del tiempo y del olvido; pero siempre quedó la inquietud de
saber que había pasado con esa familia que una vez fue vecina de Margarita
Belén.
Todos los años visitaba el cementerio y miraba la tumba de
ese padre. Al pie de la misma, había crecido un rosal, que, continuamente,
florecía. Un día leyendo en el Diario Norte un artículo referente a una carpa
instalada frente a Secheep, no sólo llegó a mi corazón, sino que también recibí
la respuesta que tantos años esperé, completada, además, por otros conocidos.
Esa mujer, esa Madre, nunca se desentendió de sus hijos y con alegría, con
esfuerzo y con mucho amor, se ocupó y los educó, con el ejemplo de vida. Les
transmitió sólidos principios, convicciones fuertes para pelear por un entorno
mejor, para batallar por este Chaco nuestro que muchas veces es centro de
injusticias. Fue pragmática, no se quedó en las nubes, tomó resoluciones,
interpretó el contexto en el que le tocaría vivir a partir del punto de
inflexión y actúo sin dudas. Siguió trabajando de sol a sol, ahora en la
ciudad. Jamás se entrego, al fracaso ni a la frustración.
A igual que Juana de Trastamara (Reina de Castilla) quedó
sin su compañero, envuelta en sus nostalgias, con cinco hijos más, ningún
imperio: sensu lato, eligió vivir, asumió un compromiso con la vida, crecer
juntos impulsando un espacio para ellos. La fuerza instintiva del amor que
gobierna su corazón surgió con ímpetu. Les enseñó que la lucha por un mundo
mejor comienza en ellos mismos, tratando de hacer las cosas lo más correctas
posible; simultáneamente, con la realidad concreta en que se vive. Los formó,
les transmitió valores, para resguardar sus ideas, para defender su posición,
para construir un lugar donde vivir. Un futuro digno que su padre a pesar de
los muchos proyectos no pudo darles; no hubo tiempo.
Tuvo temores, dudas, incertidumbre, pero la fortaleza fluyó,
al igual que el río fluye hacia el mar; sus convencimientos, contribuyeron. La
vida no fue dócil con ella, pero supo sortear los obstáculos, supero las
adversidades y mantuvo la paz en todas las tempestades. Con el ejemplo educó a
sus hijos, quienes se desarrollaron, estudiaron, forjaron sus propias familias,
y hoy de distintas maneras en el campo profesional, empresarial, docente y/o en
actividades solidarias que hacen al bien general cada uno hace su aporte a la
sociedad; siempre en acción proactiva junto a esta gran educadora.
Viendo la actitud de esa madre frente a la circunstancias
que le deparó el destino, que aun en la adversidad se armó de fortaleza por sus
hijos, ciudadanos que con sus actos reflejan un profundo amor por la patria,
podemos entender la lucha de Miguel Benito Conde Olgado, que por defender un
ideal está con una carpa frente a SECHEEP, resultado de las tantas iniquidades
que se producen en la vida. Lo que nos hace inferir que no es justo que tanto
esfuerzo y dedicación sean desviados de su trayectoria por funcionarios
insensibles que son los que nos deberían defender ante las injusticias. No es
así como se construye la patria.
Dijo Monseñor Fabriciano Sigampa, que la base fundamental
para prestar un buen servicio a la patria era honrar la verdad; siendo fieles,
siempre y en toda circunstancia para hacer bien las cosas, pues de ese modo
resplandecerá el potencial que hay en el hombre y en las cosas. El ejemplo de
vida que encontramos en esta historia debe servir como motivación para muchos
que se rinden ante la primera dificultad.
Hoy 2013, Jacinta puede decir que su aporte a la sociedad,
su legado, fue el ser educadora, cumplió con su misión y con la patria; y tiene
confianza en que la patria cumplirá con la suya actuando con justicia y verdad,
no sólo con su hijo sino también a favor de los que suman y no de lo que
restan. Esta madre que dio una descendencia útil e incluida dentro del sistema
social; en la actualidad, con problemas de salud puede parafrasear,
acertadamente, a Amado Nervo, y decir, En el atardecer de mi existencia, yo te
bendigo vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos
ni pena inmerecida; porque veo al final de mi rudo camino que yo fui la
arquitecta de mi propio destino;(…) cierto a mis lozanías va a seguir el
invierno!: más tu no me dijiste que mayo fuese eterno (...). Amé, fui amada, el
sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Jacinta Fernández de Conde Olgado, mujer y madre por
excelencia, educadora por opción. Estas son historias que deben contarse como
paradigma de que cuando hay voluntad se puede lograr muchos objetivos en la
vida.